Desde que existe Internet o, más bien, digamos que desde que se popularizó su uso, bien entrados los años noventa, la gente entabla relaciones por la Red. Mucha gente conoce a su pareja (circunstancial o estable) en la web, mucha más de la que lo admite.
Ilustración de Leandro Lamas.
No sabemos el porqué del desprestigio
digital, pero lo cierto es que casi todos (por las dudas) hemos
ocultado alguna vez que un pionero “hola” y los primeros flirteos han ocurrido
entre comentarios en algún foro, a través del chat de un
website de encuentros o en una red social, por amigos de amigos (o sin
amigos por medio), por pura coincidencia de opiniones sobre algo, un mismo libro
leído hace poco, una foto que contagia buena onda, un director de cine favorito,
dos “me gusta” al unísono o varios retweets como para llamar la
atención.
Estas nuevas formas de ligar cada día suenan menos raras y menos de
frikis, pero las sospechas de los enemigos del amor digital
siempre se posan sobre los afortunados que continúan y refuerzan su
relación de pareja, la amistad o el deseo en la vida real.
Podemos aventurar que conocerse por Internet da más vergüenza que hacerlo en
una reunión de Alcohólicos Anónimos, como les sucede a dos chicos guapos de la
inspirada Café de Flore del canadiense Jean-Marc Vallée,
estrenada hace algunas semanas en España. El relato de un encuentro cibernético
costará mucho más, sobre todo si el interlocutor es una de esas personas que
lleva casada desde antes de la Commodore
64 o de cuando todavía usábamos sistemas operativos DOS.
El irresistible Kevin Parent en algunas escenas de 'Café de Flore' (2011) que preanuncian momentos más tórridos.
Por ejemplo, a poco de salir juntos, un periodista me pidió que pensáramos en
una supuesta rueda de prensa en la cual hubiéramos podido coincidir para no
pisarnos al responder el “cómo os conocisteis” a sus amigos. Me
explicó, mientras íbamos hacia una cena de colegas, que quería evitar
suspicacias porque sus amigos desconfiaban de los individuos y las relaciones
provenientes de Internet.
Al parecer, falseando ciertos aconteceres podemos parecer más
interesantes siendo los mismos, es decir, los que somos en este mismo
instante, tanto delante como detrás de esta pantalla.
¿Alguien cree, de verdad, que somos más atractivos y perspicaces
resistiéndonos a las redes sociales y a la vida social, en general, vía
web?
Con un buen amigo llegado a mi existencia desde el amplio mundo digital
siempre bromeamos con la que fue nuestra cita a ciegas en un
parque, algo que acordamos por chat (aunque en varios años de
vínculo, casi no hemos vuelto a chatear). Como, casualmente, ambos
hemos residido en las mismas distintas ciudades europeas, jugamos a imaginar
que, si nos preguntan, diremos alternativamente que nos conocimos en tal parque
de una ciudad o en tal de la otra, porque nadie podrá ponerlo en duda y siempre
sonará más cool que el chat.
Y es que el momento digital suele ser solo un preludio de las
relaciones verdaderas:
ineludiblemente será el mundo de carne y hueso
el que nos permita constatar afinidades y probar (o no) la piel de quien nos
tentó en letritas.
Una escena de 'Serendipity'' (2001), con John Cusack y Kate Beckinsale, o la típica manera de conocerse en las comedias románticas norteamericanas (y navideñas): en unos grandes almacenes.
Mientras sigamos en la vida, tomando aviones, metros y buses, yendo al cine,
a presentaciones de libros y a bares, a estudiar y a trabajar, a la casa de un
amigo y a buscar los niños al colegio, habrá ocasiones y sensuales
encuentros para evocar, algunos por muchos años. Puede que internet sea
un espacio más prosaico que los mencionados, quizá incluso menos literario (o
cinematográfico) que el conocerse comprando artículos de limpieza en el
supermercado, pero ¿quién no necesita jabón, lejía o un cepillito para lustrar
los zapatos?
Por: Anne Cé | 27 de agosto de 2012
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