Los neocolonialistas occidentales han plantado su bandera de dominación en el continente africano y en una zona rica en petróleo –con la complicidad de los libios y la cobertura de la prensa comercial–. Esto gracias a su instrumento militar, la OTAN, organización dirigida por un general estadunidense
Rick Rozoff / Red Voltaire
El 31 de octubre pasado el jefe de la Organización del Tratado del
Atlántico Norte (OTAN), Anders Fogh Rasmussen, llegó a Trípoli tras
haberse completado siete meses de la guerra del bloque militar en el
país y declaró efusivamente que “es estupendo estar en Libia, la Libia
libre”.
Lo mismo que el militar y político romano Escipión Africano, el Joven, hace casi 22 siglos en lo que hoy es Túnez (el vecino occidental de Libia, entonces Cartago), Rasmussen plantó la bandera de una potencia conquistadora en el suelo de África del Norte. Quizá la OTAN le conceda a éste, también, el agnomen
(sobrenombre empleado por los antiguos romanos para distinguir una
victoria sobresaliente de algún general) honorífico africano, después de
la primera guerra y conquista del bloque militar en el continente.
Mientras se deleitaba con el triunfo de lo que los comentaristas
occidentales han celebrado como la primera victoria militar completa e
indiscutible de la Organización –“la más exitosa en la historia de la
OTAN”, de acuerdo con las palabras de Rasmussen– en la capital libia, un
periodista le preguntó al secretario general sobre los planes para
replicar el modelo libio en Siria y éste declaró: “Mi respuesta es muy
corta. La OTAN no tiene intención alguna [de intervenir]. Puedo
descartar eso completamente”.
Sin embargo, para desmentir la intervención esto añadió
inmediatamente: “Dicho esto, condeno enérgicamente la ofensiva contra la
población civil en Siria. Lo que ha pasado en Libia envía una señal
clara. No puedes descuidar la voluntad del pueblo”.
La guerra de 227 días contra Libia llevada a cabo primero por el
Mando para África de Estados Unidos (Africom, por su acrónimo en inglés)
del 19 al 31 de marzo de 2011, y a partir de ahí por la OTAN es, de
acuerdo con el jefe de ésta, “una señal clara” para Siria, pero “la OTAN
no tiene intención alguna” de iniciar acciones militares contra Siria.
Una escasa garantía para el gobierno de la nación y su pueblo
igualmente, sin lugar a dudas.
El día que Muamar el-Gadafi fue asesinado, el senador John McCain,
integrante de alto rango del Comité de Servicios Armados del Senado y
candidato presidencial en 2008, amenazó al presidente de Siria, al
primer ministro de Rusia y a líderes chinos no identificados con el
elocuente sermón de que “tenían una razón para estar intranquilos”. El
20 de octubre pasado declaró a la Corporación Británica de
Radiodifusión: “Pienso que los dictadores de todo el mundo, que incluye a
Bashar al-Assad, quizá incluso a Vladímir Putin, algunos chinos, quizá
todos ellos puede que estén algo más nerviosos”. Repitió el paralelismo
entre Libia y Siria tres días más tarde mientras estaba en Jordania.
De haber sido Rasmussen alguien distinto, es decir, un individuo
honesto, sus comentarios en la capital de Libia se habrían limitado a la
postura del historiador y gobernador del imperio romano Cornelio Tácito
sobre una campaña romana en el siglo siguiente a la Tercera Guerra
Púnica: Auferre, trucidare, rapere, falsis nominibus imperium; atque, ubi solitudinem faciunt, pacem appellant
(saquearon, masacraron y robaron: a esto lo llamaron falsamente
imperio, y donde crean devastación, lo llaman paz). Libia ha sido
destruida. Lo que queda de la ciudad de Sirte presenta una imagen vívida
que se adapta perfectamente a estas palabras.
De vuelta en casa, en el cuartel general de la OTAN en
Bruselas tres días más tarde, Rasmussen dio su última rueda de prensa
mensual en la que afirmó: “Déjenme recalcar que la OTAN no tiene
intención alguna de intervenir en Irán, y que no está implicada como
alianza en la cuestión iraní”.
Empezó sus comentarios con esta información: “Esta semana tuve el
privilegio de visitar Trípoli, la capital de la Libia libre. Era la
primera vez en la historia que un secretario general de la OTAN ponía el pie en el país y algo que ninguno de nosotros había imaginado hace sólo un año”.
Durante la ronda de preguntas y respuestas que siguió a su
presentación, respondió a una sobre Libia al afirmar que “estaríamos
preparados para ofrecer la misma clase de asistencia que ya hemos
prestado a otros socios dentro de las reformas del sector de defensa y
seguridad. Es decir, de forma general ayudar a poner las agencias de
seguridad y defensa bajo control democrático y civil. También podemos
apoyar en la organización de una defensa moderna, de estructuras
modernas. En términos más específicos podemos ayudar en la construcción
de instituciones como un ministerio de defensa, u organizar el Estado
Mayor y las Fuerzas Armadas.
Añadió que “la OTAN tiene mucha experiencia en la reforma del
sector de seguridad y defensa, y de hecho varios de nuestros aliados han
experimentado una transición similar de una dictadura a una democracia,
por lo tanto, tienen una experiencia valiosa que ofrecer. Y hablé con
el presidente [Mustafa Abdul] Jalil y dejé claro que estamos listos para
asistir a Libia en estos esfuerzos reformadores si nos lo piden…”.
Dado el historial de la Alianza en los últimos 20 años, lo que de hecho prometió fue que la OTAN entrenará –partiendo de cero y en inglés– a las Fuerzas Armadas del nuevo régimen cliente
libio como hizo previamente, y sigue haciendo, en otras naciones y
provincias que ha invadido y subyugado: Bosnia, Kosovo, Macedonia,
Afganistán e Irak.
Libia, que hasta ahora había sido la única nación norteafricana no
empujada a la asociación militar de la OTAN Diálogo Mediterráneo
–Egipto, Túnez, Marruecos y Argelia son integrantes como Israel,
Jordania y Mauritania– se convertirá en el octavo integrante y en un
activo conjunto de la Organización y el Africom.
El jefe de lo que no solamente es el único bloque militar existente
en el mundo, sino además de la mayor y de más larga vida alianza armada
multinacional en la historia, quizá ya se acostumbró a hacer públicas
de forma regular las negativas sobre la responsabilidad en ataques a
nuevas naciones muy alejadas de la llamada “zona euroatlántica”, pero el
nivel de credibilidad que se le debería dar a los pronunciamientos del
secretario general se ve claramente en la falta de escrúpulos con la que
la OTAN mintió, mientras se embarcaba sin tapujos en guerras en tres
continentes durante los últimos 12 años.
Con 28 integrantes de pleno derecho actualmente, después de un
incremento de un 75 por ciento entre 1999-2009, y unos 40 socios en todo
el mundo, el bloque del Atlántico Norte ha integrado los ejércitos de
un tercio de las naciones del mundo para ser desplegados en guerras y
zonas de posguerra en los Balcanes y el Sur de Asia, y África como el
nuevo destino.
Su trofeo más reciente es el cuerpo apaleado, ensangrentado y
tratado brutalmente de Gadafi, asesinado después de que un misil
Hellfire estadunidense y bombas guiadas por láser francesas alcanzaran
su convoy en las afueras de Sirte, el 20 de octubre pasado, ocho meses
antes de lo que habría sido su septuagésimo cumpleaños. Por lo tanto,
los gobiernos de Occidente y los pueblos que éstos merecen, se muestran
desprovistos de las nociones más elementales de decencia y valores,
moral y ética, de forma que los únicos estímulos que aún pueden
despertar sus satisfechas y deshumanizadas sensibilidades son –puesto
que se han habituado a la violencia, incluso a una escala masiva– la
necrofilia y el desalmado y macabro Grand Guignol (teatro parisino
especializado hasta su cierre en producciones basadas en la tortura,
amputaciones y asesinatos).
El escalón más bajo de la cultura estadunidense, el entretenimiento
escapista de masas está consumido por una fascinación por los vampiros,
los zombis y las representaciones gráficas de antiguos líderes
extranjeros siendo maltratados y asesinados, que son diversiones
morbosas para aburridos hastiados.
Al hacer referencia al asesinato de Gadafi y su hijo Muatassim, la
exhibición pública de sus cuerpos y la celebración entusiasta como si
fuera la de un acontecimiento deportivo por gente como la secretaria de
Estado de Estados Unidos, Hillary Clinton; el representante de Rusia
para la OTAN, Dmitry Rogozin arremetió contra ellos como emblemáticos de
un triunfalismo sádico. El primer ministro Putin los denunció como
vergonzosos y el vicepresidente de la Cámara Baja, Ivan Melnikok,
caracterizó al primero como “una llamativa ilustración de la política de
los estadunidenses y sus aliados de la OTAN en el país Norteafricano”,
de acuerdo con la agencia de noticias no gubernamental rusa Interfax.
Son de hecho grotescos, en el sentido en que el filósofo alemán
Friedrich Hegel definió la palabra, como la idealización de lo feo.
El funcionario Melnikok advirtió: “Creo que el mundo entero debería
ver hoy las fotografías publicadas y el video grabado del asesinato de
Gadafi. No se trata simplemente de un antiguo líder de Libia muerto. Es
el símbolo de la soberanía de un país independiente que fue destruido
por los estadunidenses”.
El día después de ese asesinato Interfax citó a otro vicepresidente
de la Cámara Baja del Parlamento del mismo partido comunista, Vadim
Solovyov, que aseveró: “La economía estadunidense necesita petróleo
barato, por lo que el gobierno de ese país está dispuesto incluso a
hacer guerras con tal de que el petróleo llegue [...] Cualquier país con
grandes reservas de recursos energéticos –Irán, Siria, Venezuela o
Nigeria– podría ser el siguiente”.
Las fuerzas navales, aéreas y de tierra de la OTAN continúan con su
destrucción criminal en Afganistán, a lo largo de la frontera con
Pakistán, en Kosovska Mitrovica (ciudad y municipio del Norte de Kosovo)
en Libia y frente a las costas de Somalia y el Golfo de Adén y en las
aguas colindantes (donde la OTAN asesinó al capitán de un barco de pesca
taiwanés e hirió a dos pescadores iraníes en dos ataques separados a
principios de 2011).
Un artículo de Stop NATO (lista internacional de correos
electrónicos que examina desde una posición de confrontación la
expansión de la OTAN) en agosto pasado proporcionó un listado,
reconocidamente incompleto, de naciones que la OTAN, movida por su
primer concepto estratégico para el siglo XXI adoptado en la cumbre del
bloque en Lisboa en noviembre de 2010 e implementado inicialmente en
Libia este año, podría atacar, o en las que podría intervenir de otros
modos. Incluye Argelia, Bielorrusia, Bolivia, República Centroafricana,
Chad, Cuba, Congo, Chipre, Ecuador, Eritrea, Irán, Líbano, Madagascar,
Malí, República de Transnistria (secesionista de Moldavia), Myanmar,
Nicaragua, Níger, Nigeria, Corea del Norte, Paquistán, Palestina,
Somalia, el Cáucaso del Sur (Abkhazia, Nagorno-Karabakh, Osetia del
Sur), Sudán del Sur, Surinam, Siria, Uganda, Venezuela, Sahara
Occidental, Yemen y Zimbabwe.
Mientras tanto, la administración del presidente Barack Obama
anunció el despliegue de fuerzas especiales en cuatro de las naciones
mencionadas y, el día del asesinato de Gadafi, el presidente del
Subcomité de Asuntos Africanos del Comité de Relaciones Exteriores del
Senado, el senador Chris Coons afirmó –según informó la agencia
estadunidense The Associated Press– que “la muerte de Muamar el-Gadafi y
la promesa de un nuevo régimen libio son argumentos para la respuesta
militar mesurada de Estados Unidos en África central donde ha enviado
aproximadamente 100 consejeros militares y comandos de fuerzas
especiales” a Uganda, Congo, la República Centroafricana y Sudán del
Sur.
Que las naciones del mundo requieran garantías, aunque no sean de
fiar, de que no serán atacadas por la formación militar multinacional
más poderosa de la historia, es una denuncia de la era que se somete a
vivir bajo amenazas regulares y omnipresentes.
Ha llegado la hora (y esto se debería haber hecho hace mucho) de
que se haga un llamado a poner en marcha una iniciativa internacional
anti-OTAN, dirigido a individuos, organizaciones, partidos políticos y
gobiernos para que se convoque una sesión extraordinaria de la Asamblea
General de las Naciones Unidas para exigir la disolución de la
Organización del Tratado del Atlántico Norte por ser una –la más seria–
amenaza a la paz mundial.