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Al (ilegítimo) señor presidente, no precisamente de la República, sólo de Los Pinos, Felipe Calderón, le ha dado por ponerle buena cara al mal tiempo
y no deja de hacer chistes inoportunos. Es su manera de ocultar su
malestar. Expresa que toma con humor su fracaso político, que las
críticas lo tienen sin cuidado y que todo se le resbala. Adopta
una comicidad tan forzada que sus oyentes esbozan una risa comedida para
que se vaya feliz. Ya Sigmund Freud nos ilustró al respecto en el
ensayo El chiste y su relación con lo inconsciente (1905), y como el caso de Calderón en el diván,
sus “puntadas” son el tipo del retruécano, que “es la clase más ínfima
del chiste verbal, por ser los que con mayor facilidad y menos gasto de
ingenio se producen”.
Expresó: “A todos les dices que sí, así me lo dijiste a mí, pero a
nadie le dices cuándo”, para aludir a los legisladores que no crean
leyes como él las quiere o no le aprueban las que envía como
iniciativas. Durante la entrega de la medalla Belisario Domínguez a
Cuauhtémoc Cárdenas, en el Senado, Calderón se limitó a sonreír, como
burlándose de la intervención de éste al criticar su mal gobierno. Y
unas horas después en una comida ante consejeros de Nacional Financiera y
el Banco Nacional de Comercio Exterior, a espaldas del premiado,
respondió que no daría “ni un paso atrás ni para agarrar vuelo”, en su
fallida estrategia militar. Y menos en su fracasada política económica,
que ha desgraciado a la nación, con el creciente desempleo y la pobreza
devastadora.
Está encaprichado en hundir la nave estatal y saltar en salvavidas para huir a su patria adoptiva, Estados Unidos, en donde le han ofrecido ocultarlo como testigo protegido.
No son inocentes sus chistes, pero sí tendenciosos. Hostil, ironiza
a sus adversarios y, con todo y su religiosidad católica-cristiana, no
es capaz de “amar a sus enemigos ni a ofrecerles la mejilla izquierda,
cuando le han golpeado la derecha”, y sus indirectas graciosas ocultan
su odio e intención de ridiculizar, en este caso, a los legisladores al
creer que así se desquita. Su inconsciente lo hace proyectar su
desprecio y coraje con chistes cínicos. Así se proporciona placer y ríe
de sus propias bromas, mientras quienes lo escuchan sonríen para que
obtenga más placer. Las chanzas calderonistas lo muestran harto y se
desquita con sus desatinos.
Satisface así su sadomasoquismo. Y para no insultar a los legisladores, suelta
sus disparates disfrazados de dizque humor, de un panista que no tiene
“chispa”, pero insiste en lograrlo y para ello se ríe de su burla “sin
hacer partícipe a los demás de nuestra risa”. El que no se echará para
atrás, ni para agarrar vuelo, con la finalidad de que nunca
corregirá su militarismo ni modificará su empobrecedora política
económica, es un panista de ortodoxia derechista y conservadora a
ultranza. La nación, el Estado y la gobernabilidad ?que no son un
chiste− padecen su mal gobierno y la sociedad ya no resiste más,
mientras vamos a más estragos de la crisis económica y social.
Periodista Autor: Álvaro Cepeda Ner
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