La vida está plagada de problemas. Siempre hay algo que no hemos resuelto, algo que parece ser un callejón sin salida,
algo que nos atormenta.
Los problemas son efecto de la falibilidad humana
y se vuelven relevantes, cuando su impacto
emocional no nos permite seguir viviendo con paz interna. Cuando nos detienen y
estancan nuestro crecimiento integral. Seguramente todos llevamos días, semanas
o años incómodos por algún problema que no hemos podido resolver. Lo relevante
entonces es, por un lado, preguntarnos si tenemos un problema o no, aunque a
veces lo tenemos pero no nos afecta momentáneamente. Luego lo
resuelvo nos decimos. Pero hay otras, en las que es apremiante tomar una
decisión, asumir responsabilidad y evaluar si tenemos los recursos, la fortaleza
o la valentía para resolver.
Muchos pensadores y filósofos han propuesto que
la solución es no preocuparse por nada, tratando de
describir un estado de total aceptación de lo que nos va pasando, una actitud
apacible que dé la bienvenida hasta a lo evidentemente indeseable. El
sufrimiento no lo generan los problemas en sí, sino nuestra resistencia a
aceptarlos. Preguntarnos por qué nos está pasando algo es
mucho más sufrido que aceptar que está pasando y tratar de entrar lo más rápido
posible a una de dos elecciones: si no hay nada que yo pueda hacer para resolver
la situación, aceptarla. O decidir asumir responsabilidad y comprometerme para
resolverla.
Para resolver lo problemático, se requiere de una sola
habilidad: Disciplina; esa capacidad/fortaleza desarrollada a lo largo del
tiempo a base de práctica, que nos permite hacer lo que tenemos que hacer sin
importar los cambios en nuestro estado emocional. Se escribe fácil pero es
difícil, porque requiere constancia, fortaleza, temple, perseverancia, foco,
trabajo incansable. La recompensa de los disciplinados es que casi no tienen
nada de qué preocuparse porque los problemas que tienen solución, los asumen
como propios, se responsabilizan, trabajan, ejecutan la solución y siguen
adelante.
Los no tan disciplinados tienen mayor sombra de preocupación
en sus vidas. Tienen muchos asuntos que quisieran resolver pero no saben cómo.
Sólo se preocupan y hacen algunos tibios intentos por salir adelante. Y hay
otros tantos que ni siquiera se enteran de que están en problemas. Son esas
personas que se han desconectado de sí mismas, de la realidad del entorno, de la
capacidad para valorar la gravedad de una situación y que parecen navegar
apaciblemente por la vida.
Que todo te valga no es lo
que quiero decir con bajarle mil rayitas. Quiere decir: hazte responsable, deja
de culpar a los demás o a las circunstancias de todo lo malo que te pasa y actúa
si es posible o acepta humildemente cuando la situación rebasa cualquier
solución.
Algunos ejemplos: Frente a un problema de falta de dinero o de
trabajo hay varias alternativas: verlo como una mala racha y no hacer nada al
respecto (hay un problema pero no se reconoce como tal) y tampoco hay
preocupación. A alguien en esta postura, puede llegarle el agua al cuello y más
arriba sin siquiera verlo venir.
Otra opción es verlo como un problema, pero no
ser capaz de plantear una solución contundente. Alguien en esta postura, se
preocupará, se angustiará, quizá comenzará a dormir menos, a comer menos, a
disfrutar menos de la vida, pero sólo vivirá atrapado en la
angustia y la preocupación por su problemática.
La tercera opción es la del disciplinado, que no está exento
–nadie lo estamos- de caer en una crisis financiera, de ser despedido o víctima
de un recorte en su empresa, pero que frente a la situación, se moviliza, usa
sus recursos incansablemente hasta encontrar una solución. La disciplina es lo
único que lo protege de la preocupación estéril. Sólo actúa, sin descanso, hasta
conseguir solucionar el problema. Otra vez, se escribe fácil, pero es duro.
Requiere del desarrollo excepcional de la capacidad de sobreponerse a la
adversidad.
El último escalón de la sabiduría para vivir,
sólo la alcanzan aquellos que no se oponen a la realidad. Esos que ya no dicen
esto no puede estar pasando sino que o no hacen nada con el
problema, desgracia, enfermedad, porque no hay nada que hacer más que aceptar
con humildad, o le dan la bienvenida a lo que sea porque todo es parte de vivir
o se comprometen disciplinadamente, a buscar la solución. No importa lo que
pase. Lo importante es ahorrarse el dolor de resistirse a la realidad. Ser cada
vez menos vulnerable porque todo puede pasar, porque el sufrimiento la
enfermedad y la muerte nos alcanzan a todos tarde o temprano, pero esas
realidades golpean más o menos, dependiendo de cómo nos encuentren cuando toquen
a nuestra puerta.
Recordé la última línea de la película (basada
en la exitosa novela de Muriel Barbery) El encanto del Erizo:
No importa el momento de tu muerte sino qué estabas haciendo cuando te alcanzó.
Y tu, Renée, estabas lista para amar”.
por Prodigy MSN 20, jun, 2012 10:56a.m.
Vale Villa es
psicoterapeuta individual, familiar y de pareja desde hace más de 10 años.
Hospital Médica Sur 5606 7245/3481 y Lomas de Chapultepec 5520 5525 La puedes
seguir en twitter @valevillag o en Facebook Vale Psicoterapia. O escuchar su
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lunes a las 1200 hrs en MVS radio con Gloria Calzada.
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