lunes, 8 de octubre de 2012

Calderón-Peña: un terso cambio de gobierno

Hemos sido testigos de la cooperación y coordinación de los dos equipos a pesar de pertenecer a partidos políticos diferentes.


 
El otro día escuché a un comentarista sorprendido por lo bien que se estaba dando el cambio de gobierno en México. “De terciopelo”, creo que dijo. Tiene razón: la transición entre la administración saliente de Felipe Calderón y la entrante de Enrique Peña Nieto ha funcionado sin contratiempos. Qué bueno. Hemos sido testigos de la cooperación y coordinación de los dos equipos a pesar de pertenecer a partidos políticos diferentes.

No faltará quien diga que esto se debe a que, en el fondo, el PRI y el PAN son lo mismo. Yo no lo creo. Lo que pienso es que estamos viendo una de las ventajas de que la democracia sea un juego repetitivo: el partido ganador de una elección sabe que la siguiente puede perder; el perdedor, por su parte, está consciente de que puede ganar en la próxima ocasión. Esto genera una serie de incentivos para que los jugadores se comporten civilizadamente. Toman sus decisiones desde una perspectiva de largo plazo donde les conviene desarrollar una estrategia de prestigio democrático que les permita regresar el poder.

En 2000, el PRI perdió el poder y, sin embargo, el entonces presidente Zedillo entendió que, para que su partido pudiera regresar a Los Pinos, tenía que reconocer la derrota y entregar el gobierno civilizadamente. Lo contrario —desconocer los resultados y ponerle obstáculos a la entrada de la nueva administración de Fox— hubiera desprestigiado al PRI: lo hubiera dejado como un partido autoritario sin capacidad de reconocer sus derrotas.

Hace 12 años, la transición entre el PRI y el PAN fue ejemplar. Zedillo incluso le ofreció al presidente electo, Vicente Fox, realizar algunas reformas para él pagar los costos y heredarle una mejor situación a la nueva administración. Fox lo rechazó pero, a lo largo de la transición entre un Presidente y otro, vimos un terso cambio de gobierno.

Pasaron dos sexenios para que el PRI ganara de nuevo las elecciones federales. Ahora son los panistas los que saben que les conviene reconocer su derrota y entregar el gobierno en los mejores términos. ¿Por qué? Pues porque saben que, siendo la democracia un juego repetitivo, el PAN puede regresar a Los Pinos, siempre y cuando demuestren su compromiso con las reglas democráticas. De ahí que Calderón esté haciendo todo lo posible por entregarle el poder a Peña de la mejor manera, cooperando y coordinándose.

Lo terso que está resultando este cambio gubernamental nos enseña otra lección: la importancia de los partidos políticos en una democracia. Aunque nos choquen, son una condición necesaria para un mejor funcionamiento del régimen democrático. Más allá de los políticos del momento (Zedillo y Fox en 2000, Calderón y Peña en 2012), los partidos son las organizaciones que, como conjunto de individuos que comparten el deseo de gobernar, les conviene un cambio civilizado de gobierno para tener posibilidades de ganar elecciones futuras. Una perspectiva de largo plazo, con una estrategia racional de mantener el prestigio democrático, es más difícil en regímenes basados en liderazgos carismáticos.

Estudios académicos han demostrado que las ventajas de la democracia como juego repetitivo funcionan mejor en un sistema bipartidista que multipartidista. Cuando sólo hay dos partidos, queda más claro que hoy se perdió pero mañana se puede ganar, y viceversa. Sin embargo, cuando hay muchos partidos compitiendo, varios piensan que la democracia no funciona porque ellos nunca ganan. Ergo, carecen de incentivos para tomar decisiones con una perspectiva de largo plazo manteniendo una estrategia de prestigio democrático.

Es el caso de la izquierda en México. El PRI y el PAN saben que, si se portan de manera civilizada, pueden regresar al poder gracias a la repetición de las elecciones. No así los partidos izquierdistas ya que, en la breve historia de la democracia mexicana, nunca han ganado la Presidencia. No han estado donde sí han estado priistas y panistas: primero ganando el poder, recibiéndolo de manos de sus adversarios, luego perdiéndolo para tener que entregárselo a sus adversarios, esperando volverlo a ganar en el futuro.

Quizás es lo que le falta a la democracia mexicana: que algún día la izquierda gane el gobierno federal para que tenga incentivos de comportarse de manera civilizada entendiendo que el régimen democrático es un juego repetitivo. Por lo pronto, la buena noticia es que el PRI y el PAN ya lo comprendieron y, por tanto, estamos viviendo una tersa entrega-recepción del gobierno federal entre adversarios políticos.

Leo Zuckermann   
2012-10-08 01:10:00
EXCELSIOR

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