domingo, 11 de diciembre de 2011

¿El Gobierno del DF está listo para enfrentar un terremoto?

Nota del editor: Un sismo de 6.5 grados Ritcher con epicentro en Guerrero sacudió la Ciudad de México este sábado a las 19:47 horas. 

Este texto se publicó por primera vez en mayo de 2011 en la edición 90 de la revista Chilango, que al igual que ADNPolítico.com forma parte de Grupo Expansión.

Sin saber que muchos años después la ciencia lo confirmaría, los chilangos primigenios o aztecas creían en las extinciones masivas causadas por diversas calamidades periódicas.
A cada ciclo previo a una destrucción de esta naturaleza le llamaban “Sol”, y ellos pensaban que estaban viviendo el quinto. Según ellos, los primeros cuatro soles habían terminado con tigres inmensos, con aires terribles, fuegos caídos del cielo y aguas inclementes.

Con temor imaginaban que el quinto Sol, su Sol que también es el nuestro, terminaría a causa de un terremoto. Después de los recientes hechos en Japón, lo que imaginaron los aztecas no estaba del todo errado.

Nuestros antepasados tenían razones para temer, pues tuvieron que enfrentar sismos como el de Ixtlahuaca, Estado de México, que provocó que ¡las piedras saltaran!, según las crónicas prehispánicas.

Los novohispanos de la Colonia aunque no tenían elementos para medir la severidad de los terremotos, se las ingeniaron para calcular su duración utilizando como medición, literalmente, los credos: el temblor del 17 de enero de 1653 duró lo que toma “rezar dos credos con devoción”; el del 13 de septiembre de 1667, “tres credos” a secas.

Hoy sabemos la causa detrás de estos sismos: en el interior del planeta se produce un calor altísimo que induce el movimiento lento de volúmenes del material donde se apoyan las placas tectónicas; éstas se rompen y generan la propagación de perturbaciones. A eso le llamamos sismo o terremoto, y explicándolo nos sentimos un poco más seguros.

Aunque recuerdos de algunos temblores en la Ciudad de México nos hacen dudar: el sismo de Santa Juliana del 19 de junio de 1858, que destruyó el acueducto de Chapultepec; o como el del 28 de julio de 1957 de magnitud 7.7, que vino de la costa de Guerrero y derrumbó varios edificios, mató a centenares de personas, y causó la caída del Ángel de la Independencia.

Y, sin duda, el que se nos viene más a la cabeza cuando vemos las noticias: el del 19 de septiembre de 1985, de 8.1 grados en la escala de Richter, y su réplica del día siguiente, de 7.5, que tuvieron su origen en Michoacán y evidenciaron el potencial destructivo de los terremotos en el DF: murieron más de 10,000 personas y colapsaron centenares de edificios. Los daños sorprendieron a todos y produjeron cambios en la actitud gubernamental y en la sociedad civil.

A raíz de aquellos sismos, las autoridades del DF establecieron el Comité de Seguridad Estructural que elaboró las Normas Técnicas de Emergencia. Con requisitos más estrictos para que los edificios, reparados o recién construidos, pudiesen responder a los sismos.

Ese comité propuso y supervisó el refuerzo sustancial de la Red Acelerométrica de la Ciudad de México (RACM), encargada de medir los movimientos del suelo. En 1985 se contaba con menos de 10 acelerómetros instalados; hoy tenemos más de 200 sitios de registro.

La Red Acelerométrica de la Ciudad de México se convirtió en el proyecto más exitoso para predecir la repuesta sísmica del valle de México, tanto, que ha hecho posible pronosticar movimientos futuros en virtualmente cualquier sitio de la cuenca de México.

No sólo eso: desde 1993 los hallazgos de la investigación se han ido incorporando continuamente al Reglamento de Construcciones del DF para mejorar y fortalecer las estructuras contra movimientos telúricos. El comité sigue funcionando, aunque cada vez con menos recursos para apoyar investigaciones.

Así que tenemos todo esto: el conocimiento y la técnica. Entonces, ¿qué pasaría si nos cayera un temblor como el de Japón? Vamos por partes: si ocurriera un sismo como el de 1985, las estructuras que se repararon o construyeron desde entonces, siguiendo los lineamientos del Reglamento de Construcciones del DF, tendrían un comportamiento adecuado: aunque resultaran dañadas, no colapsarían.

Según la intensidad del movimiento, habría daños dependiendo la zona donde se ubican las estructuras y la calidad de la construcción. Pero podemos decir que no lo pasaríamos tan mal.

Pero: ¿y si el temblor fuera idéntico al de Japón? El sismo del 11 de marzo de 2011 en Tohoku no fue de 8.5, sino de 9 grados, y superó las previsiones de diseño que los propios japoneses –expertos en estos temas– tenían en cuanto a la cantidad de energía liberada y la intensidad esperadas.

En México se ha considerado que pueden ocurrir sismos con magnitud algo superior a 8 con el origen ubicado frente a la costa de Guerrero, y con base en este pronóstico se han delimitado áreas probables de ruptura que permiten generar escenarios creíbles en los que se basa el Reglamento de Construcciones del DF. Pero en éste no se consideraron escenarios con niveles cercanos a 9.

Y tenemos otra complicación: el subsuelo de la Ciudad de México puede amplificar el movimiento y la duración de los sismos. En un temblor de la magnitud del de Japón, los movimientos en la metrópoli tendrían una gran duración, de tres a cinco minutos, sin tomar en cuenta la coda o parte final del movimiento. Muy probablemente habría daños importantes, pero no sabemos qué tanto: aunque el Reglamento de Construcciones del DF prevé refuerzo adicional para que las estructuras aguanten movimientos largos, no sabemos cómo se comportarían si la duración superara los cinco minutos.

En la práctica, toda actividad humana implica riesgos; lo conveniente es que éstos sean razonablemente pequeños. No podemos diseñar para resistir impactos, digamos, de meteoritos como los que a veces chocan con el planeta. No hay economía que lo soporte.

¿Debemos temer igual que los aztecas? Bueno: el DF es zona sísmica y no hay cómo evitar eso; siempre hay un riesgo. Ahora: el riesgo es producto de la amenaza y la vulnerabilidad; la primera es generada por la naturaleza y la segunda depende, entre otros factores, de nuestro conocimiento y de las tecnologías aplicadas o de la falta de recursos para aprovecharlas.

¿De qué lado estamos en México? Digamos que en los últimos años nos hemos acercado mucho al desarrollo de un escenario relativamente controlado. Habrá que esperar que la Tierra sea clemente y los hombres, los chilangos de hoy, nos apoyemos en la ciencia para ver el sexto Sol.


* A la doctora Suárez le gusta bailar y estudiar el bailoteo de la Tierra. El doctor Sánchez-Sesma se declara fan de Asimov y cuando muchacho fue gerente de Sanborns por un día. Ambos son investigadores del Instituto de Ingeniería de la UNAM.

Por Francisco J. Sánchez-Sesma y Martha Suárez  @ChilangoCom
Diciembre 10, 2011  


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