miércoles, 10 de octubre de 2012

El Lazca, el paradigma de la violencia

Las fotos difundidas ayer por la Secretaría de Marina, lo mismo que el estudio sobre las huellas dactilares, prácticamente confirman la muerte de Heriberto Lazcano, El Lazca, jefe del cártel de Los Zetas y uno de sus fundadores. Con ello, estamos no sólo frente a una de las más importantes noticias en torno a la batalla que libran las autoridades contra el crimen organizado, sino también ante un desmembramiento de esa organización similar a la que han sufrido en el pasado cercano los Arellano Félix, los Beltrán Leyva, el cártel de Juárez, y sobre todo su rama operativa, La Línea, el cártel del Golfo y ahora Los Zetas.

 
 
En el camino han quedado desarticulados también grupos menores, desde el de La Barbie o El Grande, hasta el Jalisco Nueva Generación, Los Valencia, La Familia Michoacana y en buena medida Los Caballeros Templarios. En los hechos, la única organización que mantiene una estructura de mando perseguida, pero estable en su más alto nivel, es el viejo cártel del Pacífico, con Joaquín El Chapo Guzmán, Ismael El Mayo Zambada y Juan José El Azul Esparragoza.
 
En el torbellino de muertes y violencia que vivimos cotidianamente quizás es difícil apreciarlo, pero la desarticulación de casi todos los principales cárteles es una realidad, que deja el tema de la violencia y la inseguridad en otro nivel: el de las bandas locales que roban, asaltan, secuestran, en el drama social que implica volver a asimilar a miles de jóvenes sin oportunidades para que no opten por las pandillas, sino por el estudio, el trabajo, por sus amigos y familiares. Con un componente adicional: la espiral de violencia que vivimos fue potenciada precisamente por Los Zetas, un cártel outsider, por origen y formación, que rompió todas las reglas de ese juego criminal y antepuso la violencia por encima de cualquier otra consideración.
 
Claro que todos los demás lo siguieron, pero el componente zeta en la violencia siempre ha sido indudable.
 
La caída de Lazcano debe entenderse en un contexto muy específico: la división de Los Zetas. La ruptura entre Lazcano y Miguel Ángel Treviño, en una organización con una estructura tan vertical como la de Los Zetas, no podía más que dejar consecuencias terribles para ese grupo. La ruptura se dio, hay que recordarlo, por los incesantes golpes que las autoridades le habían propinado a esa organización, lo cual disminuyó su nivel operativo al tener que contar con sicarios y traficantes cada día de menor capacidad, pero también porque incrementó dramáticamente la desconfianza, las delaciones y las traiciones dentro del grupo. Las caídas, tanto de integrantes de Los Zetas de primer nivel como de sus ex aliados y ahora enemigos del cártel del Golfo, han sido sistemáticas. Tony Tormenta, Mario Cárdenas Guillén, El Coss, entre los últimos. Los jefes operativos de Coahuila, Tamaulipas, San Luis Potosí y Nuevo León, además de personajes como El Talibán, La Ardilla, toda la estructura familiar de lavado de dinero de Treviño en Estados Unidos, los ex funcionarios que constituían buena parte de la estructura de protección del cártel, ligados a ellos desde la administración de Tomás Yarrington. La lista parece interminable.
 
Apenas ayer decíamos que, con la captura de La Ardilla, que era el operador de Treviño en Tamaulipas, Coahuila y Nuevo León, sumada a los diferentes golpes que había sufrido en días anteriores, el grupo de Treviño, El Z-40 se estaba desgajando peligrosamente. El cerco en torno a este narcotraficante se ha cerrado en forma notable. Si se confirma ahora la muerte de Lazcano, en los hechos el cártel de Los Zetas, como ya ha ocurrido con otros, se convertirá en una amalgama de grupos mucho más pequeños, dedicados básicamente a la delincuencia común: el secuestro, la extorsión, el robo, el narcomenudeo, pero lejos de la estructura temible que tuvieron Los Zetas durante años. Por supuesto que habrá muchos que querrán quedarse con el mando, pero la experiencia muestra que ello resulta casi imposible en este tipo de organizaciones sin que se libre una batalla entre los aspirantes y sin una balcanización del poder.
 
Los éxitos en la lucha contra los grandes cárteles del narcotráfico obligan a reforzar la consolidación de las fuerzas de seguridad locales y los programas sociales específicos para los niños y jóvenes en las zonas con alta incidencia del crimen. Para combatir a las pandillas se necesitan cuerpos policiales locales confiables. Al respecto, lo que nos sobran son diagnósticos, lo que nos falta es la decisión política en el Congreso, para sacar adelante esas iniciativas, y de muchos gobiernos locales, para concretar esas propuestas en hechos. La muerte de Lazcano es, indirectamente, una oportunidad para reconsiderar las cosas y comenzar a asumir, en todos los ámbitos de la clase política, las responsabilidades que pertenecer a ella implica.
 
Jorge Fernández Menéndez
2012-10-10 02:18:00
EXCELSIOR

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