lunes, 17 de septiembre de 2012

La gente no se equivoca

Viendo a nuestro pueblo, hay días en los que existen razones para ser optimistas: el de ayer fue uno de ellos.

 
El desfile militar de ayer fue uno de los mejores que ha habido en los últimos años. Muchas cosas llamaron la atención: sobre todo en los tres últimos años, los equipos con los que se han renovado las Fuerzas Armadas y la Policía Federal ponen de manifiesto una real modernización de las mismas. A la tecnología y los equipos se suma un capital humano que, por la conformación de las unidades que desfilaron ayer, ponen de manifiesto que se ha invertido mucho en ellos, sobre todo en dos ámbitos: la especialización, particularmente en el caso de cuerpos de élite, y en la notable presencia de mujeres: nunca había visto tantas mujeres y en posiciones destacadas en nuestras fuerzas federales de seguridad. No sorprende que el Ejército, la Marina y la Fuerza Aérea tengan ese despliegue, esos equipos y esa especialización, pero me llamó profundamente la atención la forma en la que se ha consolidado en esos ámbitos la Policía Federal, que por tercer año consecutivo participó en el desfile y fue recibida con singular calidez.
 
Pero lo más importante, lo que siempre es notable, pero ayer mucho más, es el entusiasmo de la gente por presenciar el recorrido de las Fuerzas Armadas, saludar a sus integrantes, tomarse fotos y ser parte de esta celebración.
 
Vi el desfile desde las gradas y llegué muy temprano al centro de la ciudad: como siempre, las calles ya estaban ocupadas, pese al frío matutino, por familias completas que habían guardado su lugar desde la noche anterior. No estamos hablando de invitados o de familiares de los militares y policías que participaron (unos 15 mil en total), sino de gente de la calle, muchos de ellos humildes, trabajadores, que decidieron pasar su fiesta patria participando de un desfile de un cuerpo armado con el que (y esa es una diferencia notable de nuestras Fuerzas Armadas con la de muchas otras naciones latinoamericanas) la gente se siente plenamente identificada, un fenómeno que no se suele ver en esta parte del mundo.
 
Todo esto es todavía más importante porque estos seis años de lucha contra la delincuencia organizada, por supuesto que han generado costos en los cuerpos militares. Es evidente que las han expuesto a desafíos de otro tipo, que van desde los casos de penetración de la delincuencia en sus filas hasta abusos que fueron cometidos por militares o policías federales.
 
Pero el hecho es que también, ante el despliegue de miles de elementos en todo el país, cumpliendo en muchas ocasiones funciones que no son necesariamente para las que fueron preparados originalmente, esos casos de abusos o corrupción son infinitamente menores. Y la gente así lo percibe, porque mantiene su confianza en esas instituciones y las sigue percibiendo como lo que son: en muy buena medida la base en la que se sostienen muchas otras.
 
No es un tema menor en un país que está sufriendo una violencia inédita desde los tiempos revolucionarios; una violencia que, además, han desatado bandas armadas que hacen de esas instituciones su principal enemigo. Pero, observando el desfile de ayer, escuchando y viendo el apoyo de la gente a sus Fuerzas Armadas, analizando la enorme capacidad operativa y material exhibidas, no se puede comprender cómo en ciertos ámbitos se puede decir que estamos en una situación en la cual el Estado está siendo rebasado por los grupos criminales. Es verdad que la violencia se ha extendido a muchos lugares del país. Es verdad también que en esa lógica la gente siente la presión de esos mismos grupos criminales que roban, secuestran, extorsionan y matan. Pero no hay comparación posible: puede ser que la detención de El Molca, este personaje mostrado días atrás y jefe del llamado cártel de la Resistencia, o la caída de El Coss, hayan provocado la muerte de 17 personas, por ejemplo, ayer, en la frontera de Jalisco y Michoacán. Pero cuando se escucha hablar a esos personajes, cuando se los ve erosionados mental y físicamente por sus abusos, cuando se comprueba lo primitivo de sus razonamientos, no hay comparación posible: muchos de ellos son brutales, son desalmados, están sólo en una lógica de violencia y de enfrentamientos internos sin sentido racional, pero no pueden desafiar al Estado y a la sociedad mexicana, que son los que vimos ayer, los mismos que en demasiadas ocasiones perdemos de vista en la vorágine de los acontecimientos y de la violencia.
 
Viendo a nuestra gente, hay días en los que existen razones para ser optimistas: el de ayer fue uno de ellos.
 
2012-09-17 02:30:00
Jorge Fernández Menéndez
EXCELSIOR

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