jueves, 9 de febrero de 2012

“Tan fuerte, tan cerca”

Anne Wakefield Hoyt
Entre las pequeñas/grandes sorpresas –por usar un oxímoron de los que tango gusta Oskar Schell—de las nominaciones al Oscar, es la inclusión en las categorías de mejor película y mejor actor secundario (Max Von Sydow) de “Tan fuerte, tan cerca”, un filme que encanta a unos con la misma intensidad con la que repele a otros. En opinión de quien esto escribe, “Tan fuerte, tan cerca” es, en el mejor de los casos, una pequeña obra maestra y, en el peor, una entrañable y edificante historia que usa el sentimentalismo con honestidad e inteligencia.

La vida de Oskar se derrumbó junto con las torres gemelas el 11 de septiembre del 2001: su padre se encontraba entre las víctimas. A un año de los hechos el niño de 11 sigue refugiándose en su propia torre, una construida con palabras. Lo anima un dato de los miles que gusta acumular: si el sol estallara en este instante, pasarían ocho minutos antes de que sus catastróficos efectos se sintieran en la Tierra. Oskar pretende refractar el dolor y extender la luz y el calor que emanaban de su padre con racionalizaciones y juegos mentales.

El niño padece una forma de autismo y tenía una conexión muy especial con Thomas Schell (Tom Hanks, visto solo en flashbacks). Presintiendo que el impacto de su ausencia está a punto de pegarle, Oskar se aferra a un último proyecto. Con la obsesión y compulsión típica de su condición, el niño se propone recorrer los cinco vecindarios de Nueve York hasta encontrar a la persona de apellido Black a quien su padre dejaría una misteriosa llave. Oskar está seguro de que esta abrirá un candado, que abrirá una puerta que resolverá el gran misterio, el de la sinrazón de su muerte. Como todos, Oskar busca señales, portentos que le indiquen el camino.

Algo que le asegure que en alguna dimensión superior se encuentran todas las respuestas. A diferencia de la mayoría, él se atreve a emprender la búsqueda.

Sin proponérselo, Oskar terminará descubriendo otro misterio, el del universo de personas que no solo tienen sus propias historias dolorosas, sino que están dispuestas a compartirlas, junto con unas simples palabras de aliento. Oskar no solo comparte el nombre del niño en la novela de Gunter Grass “El Tambor de Hojalata,” sino también los poderes de observación de su tiempo. Oskar Matzerath con su tambor es testigo del horror de la Segunda Guerra Mundial en Danzig (ahora Gda?sk); Oskar Schell, con una pandereta va recogiendo los testimonios orales de Nueva York en las postrimerías del 11 de septiembre.

En su búsqueda se le une un anciano a quien su abuela le renta una habitación. El inquilino, interpretado por el excelso actor sueco Max Von Sydow, lleva años sin hablar y solo se comunica por escrito o con un No y un Si tatuados en la palma de sus manos. Es en la relación con Sydow que el filme se revela por encima de la anécdota. Además de la elección de un actor que era el alter ego de Ingmar Bergman, es su rol como un hombre a quien un trauma del pasado le orilló al silenció lo que pone en relieve el papel central que tiene el lenguaje en la historia.

“Extremely Loud & Incredibly Close” está basada en la novela homónima de Jonathan Safran Foer, quien estudió filosofía en la universidad de Princeton. El libro fue admirado y vilipendiado en igual medida, pero al margen de sus meritos literarios, es evidente que el universo de Foer es el lenguaje. En el 2005 escribió el libreto de una ópera llamada “Seven Attempted Escapes From Silence” (siete intentos para escapar del silencio). En ese sentido, la elección del inglés Stephen Daldry, para llevar “Tan fuerte, tan cerca” a la pantalla es perfectamente comprensible. Daldry entiende tanto del lenguaje como motor y fuerza de la historia (estuvo nominado por “The Reader”) como el sacar el mejor provecho de un niño actor. Daldry ganó el Tony a mejor dirección teatral por el musical “Billy Elliot” (2009).

Al contrario de Scherezada, quien tenía que contar historias para sobrevivir, Oskar tiene que escuchar otras narrativas para escapar de la suya. La actuación del niño Thomas Horn, como el irritante pero conmovedor Oskar, merece mención aparte y es increíble que no haya sido nominado. Lo único que podría criticarse al filme es que encarnado por Horn, Oskar resulta demasiado normal y seguro de sí mismo, cuando el personaje tendría que proyectar más su vulnerabilidad y torpeza social. El niño Oskar es supuestamente tan temeroso y desconfiado que no se puede ni subir a un columpio. Todo le parece amenazante y para hacer su recorrido tiene que vencer muchos de sus miedos, en especial el que le tiene a los puentes. Como muchas otras cosas. Al final Oskar descubrirá que, dependiendo como se le vea, los puentes no solo separan, sino acercan y unen.

También como cada quien lo vea, para quienes se queden con los aspectos más superficiales de la trama, “Tan fuerte, tan cerca” podrá parecer una película chantajista y cursi. Para otros, una experiencia edificante que incluye la exploración del lenguaje, el sentido de la vida y Dios

EL ARSENAL.NET

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