sábado, 12 de mayo de 2012

El candidato presidencial de Elba Esther Gordillo asegura que no es político, pero lo es

El seudópodo
La contaminación trascendente que el debate deja en la vida política no es la edecán, sino Quadri. Pueden dar por sentado que a la primera no la volverán a ver a menos que vayan a buscarla, pero el segundo se ha instalado, con toda su obscenidad, en la actualidad republicana, y eso sí es grave.
El candidato presidencial de Elba Esther Gordillo asegura que no es político, pero su propia condición actual niega tal aserto. Por lo demás, Gabriel Quadri de la Torre es desde hace tiempo un político de la peor especie: logrero, corrupto y taimado.
En el sexenio de Ernesto Zedillo lo encontramos en la nómina de funcionarios públicos, en calidad de director del Instituto Nacional de Ecología (INE), en donde traficó con permisos ambientales indebidos. Uno de ellos, el que le dio a la estadunidense RACT para construir un confinamiento de residuos peligrosos a un lado de la Presa Trujillo, en Tamaulipas, terminó en escándalo y Quadri tuvo que dejar el cargo.
Ya en la iniciativa privada, Quadri se dedicó, por medio de su empresa Sistemas Integrales de Gestión Ambiental, SIGEA, a elaborar manifestaciones falseadas de impacto ambiental. Las más celebres, porque llegaron a la luz pública, fueron la que otorgó a los inversionistas del club de golf que se pretendía construir en Tepoztlán – y que fue abortado gracias a la organización del pueblo– y el que le facturó a los propietarios de una gasolinera en Insurgentes Sur, no lejos de la salida a Cuernavaca, que hasta la fecha no ha podido iniciar operaciones por la férrea oposición de los vecinos.
Si en el ámbito ecológico Quadri es una suerte de sepulcro blanqueado, (un cementerio nuclear disfrazado de fermentadero de desechos orgánicos, digamos para seguir con la metáfora), en la política su hipocresía no conoce límites. Se presenta como un “ciudadano”,en contraposición a “los políticos”, como si éstos no fuesen ciudadanos y como si él, Quadri, no fuera un político al servicio de la representante máxima de la pudrición del régimen: Elba Esther Gordillo, la que ha hecho del sindicato de la educación propiedad familiar, la que pone y quita sirvientes a voluntad en la SEP, en la Lotería Nacional, en el ISSSTE, la que ha convertido el trapicheo de votos en una industria sin chimeneas.
Lo más deprimente es que, a partir del debate, a la marioneta gordillista se le haya empezado a conceder el beneficio, si no de la duda, cuando menos el de la simpatía. Se requiere de una desconexión neuronal severa para encontrar atractivo político y “novedad” en este pelele mientras, con el otro hemisferio, se execra, como lo peor de lo peor, a la mafia sindical y política que lo hizo su candidato presidencial.
Otro motivo de preocupación es que se quiera ver como propuesta original un amasijo de ideas autoritarias, privatizadoras y neoliberales, una suerte de resumen para niños del programa de Sebastián Piñera o del de Mariano Rajoy. Ustedes perdonen, pero las propuestas de Quadri son más viejas y sobadas que el rosario de la abuela.
Pero la realidad es la realidad, Quadri está metido en la competencia presidencial (es decir, reproducido hasta la náusea en espacios que se pagan con dinero de todos) y, aunque no tenga la menor posibilidad de ganarla, sí se ha vuelto ya un factor de distorsión política y de desmoralización en su sentido más triste: extraviar la moral. Un electorado que lleva tres lustros de horrorizarse ante el enorme poder de la Maestra no debiera festejarle las ocurrencias a su seudópodo. Es esclarecedor, por lo demás, que esto ocurra no en los ámbitos sociales de más bajo nivel educativo, sino en ciertos sectores de clase media a los que se supondría mejor (in) formados.
Si les gusta Quadri como candidato, se merecen a Elba Esther por muchos años más. Si votan por él, estarán fortaleciendo el poder ilegítimo de ella. Luego no digan que no sabían nada.

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